EXPOSICIÓN ACTUAL

Unir la grieta

Valencia

14 noviembre 2024 — 7 febrero 2025

El reto de seguir el rastro de las formas

La decisión de los materiales 

En cualquier elección, las opciones implican un juego entre todo lo que es posible elegir y emplear. Como parte del juego, también se sabe, está la imposibilidad de que todo sea factible, pues las instrucciones son las encargadas de delimitar los márgenes del tablero de juego. Es en ese espacio liminar y en proceso de remarcación constante donde la elección del material es decisiva, porque una textura, una técnica, el color de un material o su dureza o elasticidad son el alfabeto de la escultura. El relato final necesita primero de letras que conformen las palabras que, al juntarse, conectarán la historia con nuestros sentidos; lo físico con lo emocional; lo aprendido con lo dispuesto.

Claudia Pastomás hace esto sin hacerlo evidente y sin aparentar un coste tras hacerlo, es decir, sin perder la libertad que imponen las instrucciones. Porque en su caso, más bien marcan un contexto de uso, un espacio de acción. Los materiales no parecen ser elegidos por ella tanto como es ella la que pareciera haber sido elegida por los materiales. Es el caso, por ejemplo, de las fichas de hierro que se incrustan en las vigas de madera donde hay grietas para repararlas, a modo de grapas que deja unida una herida. El título de la muestra viene a resignificar el acto de reparación física y amplía el sentido al ámbito de lo intangible, de las emociones y de la memoria. En toda intuición de lo que será la escultura final pervive otra intuición: ¿cuál será el mejor recorrido para hacer coincidir una forma con un concepto, una idea con una presencia? ¿Es esta elección un método o un léxico? ¿Será lo que permite una interpretación o lo que activa un proceso de recuperación?

La importancia de las formas

Toda obra necesita de una forma, incluso cuando esta sea su propia negación o su ausencia. Negar la forma sería entonces una suerte de aformismo que explicaría una actitud de la escultora similar a como una iconoclasta manejara las imágenes, destruyéndolas. Pero no hay aquí este tipo de riesgo. El reto se impone como una sucesión de cosas que ocurren simultánea o correlativamente; como una serie que precisa el tiempo y el espacio como catalizadores de su propio relato. Una superficie plegándose sobre sí misma, una hoja perforada, el papel rasgado o los soportes rectangulares a los que le han ido quitando capas de superficie —dibujándose en ellos ciertos paisajes ampliados— son formas que refuerzan sus ideas: las de seguir siendo formas de materiales que son, asimismo, conceptos. Y que persisten en su empeño, porque sus movimientos, forzados ahora por la fijación de unas piezas con otras, han detenido su flexibilidad o han suprimido su vuelta al origen; han quedado petrificados, que es una forma de decir que sus formas se han solidificado, cosificado.

C. Pastomás genera esculturas formalmente diversas que mantienen, no obstante, una similitud intrínseca; una relación entre historias contadas que, aunque puedan proceder de muchos lugares distintos e incluso pertenecieran a culturas divergentes o antagónicas, han sido relatadas con la misma voz, con una entonación exacta. Las dos esculturas de mayor tamaño, dispuestas verticalmente en la parta amplia, se han grapado entre sí con piezas que evocan esas fichas antes citadas que ahora penden de un muro, expuestas como vestigios de una acción moribunda, de unas prácticas desparacidas.

La lógica de la discontinuidad

No obstante, y pese a esto, lo que aporta la escultora es una discontinuidad en ciertos parámetros (materiales, formatos, técnicas, acabados) que genera disociaciones. Los restos de marcas, agujeros, presiones sobre las superficies de maderas, desajustes en las ondulaciones de tablones de DM curvados… completan una manera de expresarse que, siguiendo el símil lingüístico, pudiera entenderse como afasia, siendo como es una expresión plena de seguridad, que vocaliza incluso mas-ti-can-do las sílabas. Eso sí, sugieren una cierta tensión entre lo pensado, lo que se dice finalmente —como un discurso en el que se improvisaran palabras y frases dentro de un plan previsto, prediseñado de antemano— y la reacción externa a lo ya dicho, una vez dicho, en la audiencia.

Voces ya sin cuerpos, pues los cuerpos han devenido ecos de formas, rastros de sonidos escuchados en algún momento y lugar; no aquí, pero sí existentes, que persisten en la memoria de quien los vivió, o en el recuerdo tantas veces repetido y reinventado de quienes lo contaron.

La resolución de las obras

Con estos presupuestos ¿cómo se resuelve la lectura final de las obras? ¿A qué responden y por qué entablan entre sí estas conversaciones en apariencia diletantes, que no desembocan en finas líneas discursivas? En primer lugar, porque las líneas discursivas son los pliegues de los materiales y las marcas sobre sus superficies; el descasamiento y los encuentros felices entre contrarios. En segundo, porque lo que se espera escuchar de estas obras nada tiene que ver con lo que se espera ver del uso de sus materiales. La resolución, por lo tanto, se suspende o está en suspenso hasta que lo que se mire y lo que se escuche coincidan: una acción que solo completará quien detenga su tiempo frente a este espacio. 

Los pliegues del mundo podrán verse concentrados en un par de piezas curvadas, dispuestas en la sala como el rastro de un gesto repetido varias veces, que conversan con los dos vanos del espacio y sus arcos de medio punto situados al fondo. Formas que aspiran a completar los huecos; palabras que desearían explicar fielmente la imposibilidad de conseguirlo.

Álvaro de los Ángeles

Comisario y crítico de arte