EXPOSICIÓN PASADA

La bañera de la rusa

Valencia

2020

Desde la talasoterapia o aprovechamiento de las propiedades terapéuticas del agua del mar hasta el uso lúdico que hacemos de ella, se establecen una serie de vínculos entre los humanos y la acción de bañarse en el mar. 

Esta relación entre el cuerpo inmerso y la naturaleza oceánica que lo envuelve está determinada por condicionantes como la temperatura, la corriente, el viento o la profundidad. Sin embargo, más que estas sensaciones físicas, aquello que, viniendo de dicha experiencia, se traslada a la pintura, es la acotación de ese espacio inabarcable que supone el agua marina, alcanzada a través de la creación de espacios como charcas, calas o incluso piscinas artificiales, y que convierten este abismo en un lugar para el disfrute, tan seguro como placentero. 

Imposible no trasladarse, por ejemplo, a la piscina pública de una pequeña localidad de interior, que se llena de agua proveniente de un río. Naciendo en la Serra Grossa, discurre por unos sumideros cuyos restos minerales hacen que en su vuelta a la superficie mane salado como el agua del mar. Esta piscina salada es el objeto de un proyecto inmediatamente anterior de la artista. 

Relacionado con lo anterior, aparece también en la mente la imagen de los desaparecidos baños de la playa del Postiguet, unas curiosas construcciones flotantes que, delimitando un espacio interior destinado al nado y al ocio, se erigían sobre el mar. A través de largas pasarelas que salvaban la arena y sus incomodidades, se accedía al Diana, la Alhambra o la Alianza. Estos espacios conformaban los vestigios del turismo balneoterápico de principios del siglo XX y fueron el precursor directo de nuestro veraneo. Lo que interesa, en este caso, no es tanto el hecho de que alguien pudiera pagar por bañarse en el mar –recordemos que es algo que sigue muy vigente–. Lo que pretendemos explorar es que en la extensión de estas formas que se adaptan a la vez que delimitan el paisaje, encontramos el imaginario de o incluso las referencias directas a aquello que se muestra en esta exposición. 

La parte literaria, como viene siendo habitual, está presente en todos los proyectos de la artista. En esta ocasión La bañera de la rusa recibe el nombre de un recoveco en el litoral mediterráneo, diminuto pero suficiente para introducirse en el agua a la sombra de las rocas. Este lugar, llamado así por los locales, era el lugar predilecto de baño de la mujer de un coronel zarista, que huyendo de la revolución rusa de 1917 fue a parar a esta zona costera. Aparentemente los pescadores de la zona le pusieron este nombre por la costumbre de la señora de bañarse desnuda. Esta pequeña historia acompaña la narrativa de la exposición y, en medio de la sala por si alguien lo olvida, una escalera de piscina nos da el acceso, quizás, a todo este universo flotante.