EXPOSICIÓN ACTUAL
En L´invention du quotidien (1980), Michel Certeau planteaba la necesidad de trazar una nueva aproximación a los objetos, a la cultura material, que conforman como artefactos una estrecha relación con nuestra identidad, pero que especialmente se vinculan con fuerza con nuestros recuerdos, o por ser más precisos, con nuestra forma de recordar y las distintas maneras en las que articulamos nuestra memoria.
Lluc Margrau muestra, a través de las obras de esta exposición, el anhelo inconsciente de reencontrarse con su/nuestro pasado. En este hálito, los artefactos artísticos se transmutan en artefactos de representación, lo que pasa por establecer nexos más profundos con los análisis propios de la microhistoria o, por decirlo de otra manera, con los elementos de la cotidianeidad. Alain Corbin sumó al concepto de memoria una nueva mirada hacia las sensibilidades y los imaginarios sociales. Las obras de Margrau proyectan, así, no solo memoria sino también emociones. Las obras de arte a través de su materialidad se transmutan en semióforos, es decir, elementos que conducen y muestran significados–en este caso, visuales- que nos trasladan a una mayor comprensión de las “estrategias simbólicas”. Obras en las que historias de vida comunes pasan por ser las que comunican las experiencias y las emociones que son las del propio artista y, a la vez, las de quienes establecemos nuestros propios códigos del recuerdo con la forma, la materia y el espacio que las obras de arte comunican.
Con su poética personal, Lluc Margrau conmemora la emoción de la vida vivida, de la experiencia rememorada o de la emoción recordada. Un proceso que es personal e ineluctable, pero que al mismo tiempo es universal. Desde una perspectiva de las emociones, la comprensión de la memoria, su significado y su valor, se nos desvela como necesaria en el proceso de indagación de lo heredado, pero también de lo perdido, pues permite apreciar de qué manera se han mantenido, destruido o mutado los recuerdos.
En nuestra sociedad, las cuestiones de la memoria se han convertido en una preocupación histórica y en un planteamiento artístico y teórico, en el llamado “giro memorialista”; una obsesión por la memoria en sus diferentes facetas: instintiva, almacenada, individual, colectiva o cultural. Esta obsesión por la memoria “histórica”, desde el análisis no histórico sino antropológico, halla su respuesta en los cambios acelerados experimentados en un corto espacio de tiempo, traducidos en la configuración de lo que Zygmunt Bauman (2000) ha denominado la modernidad líquida, caracterizada por la fragilidad, volatilidad, inseguridad e incertidumbre de realidades y conceptos. Un cambio ante el que el ser humano necesita anclarse al pasado. Frente a los cambios tecnológicos, a la rapidez de las mutaciones sociales, a la transformación natural, urbana y territorial, no es de extrañar el aura concedida a los objetos artísticos como expresión de una materialidad que nos ancla con nuestra realidad: la presente, la vivida y la recordada.
A través de las piezas de esta exposición, Lluc Margrau nos adentra en el contenido polisémico del concepto de memoria, en su doble significación: una reflexión en torno a cómo la cultura global, humanista, ha ido cediendo su protagonismo al “universo concreto y social”. Vivimos en la sociedad efímera, producida para consumir rápidamente y desechar.
En nuestra actual sociedad de consumo, los objetos ya no tienen alma, son sólo cosas desechables. Igualmente, los fabricantes de estos artefactos son conscientes de ello, no sienten ninguna conexión con el objeto producido una vez que sale de la fábrica. Del mismo modo, el consumidor no establece vínculos emocionales o simbólicos con el objeto que compra y no tiene escrúpulos en deshacerse de ellos. Los productos no tienen alma que sobreviva después de su uso.
Por ello, en las obras de Margrau, la mirada emocional sobre el objeto establece un diálogo entre el que observa y la materia. Halbawchs hablaba de la dimensión plural de la memoria, pues, aunque los recuerdos son siempre individuales, -lo que lleva a admitir la individualidad de la memoria basada en los recuerdos-, la memoria es también un acto colectivo, condicionado por marcos sociales que funcionan como puntos de referencia. Así, los recuerdos hallan su significado cuando son puestos en relación con las estructuras conceptuales creadas por los miembros de la comunidad: cultura, arte, literatura, o música.
Por ello, Nessum Dorma alude al aria con la que Giacomo Puccini cerraba su ópera Turandot.“ ¡Qué nadie duerma!” alude al misterio de lo emocional, de los sentimientos. Sentimientos en los que el amor se convierte en elemento sustantivo de la propia realidad del ser. Pero, la música es además el recuerdo que nos transporta a la infancia. Si en Ciudadano Kane, Orson Welles utiliza el recurso del juguete de madera, para aludir al espacio perdido de la niñez, Rosebud, la escultura en parábola de Margrau recuerda los espacios de la gramola y el estribillo que se repite constante en nuestra memoria, como mecanismo que nos devuelve la infancia y el calor familiar pleno de olores, sensaciones y añoranzas de nuestros seres queridos. El juguete perdido y añorado, la música de nuestros recuerdos, o los olores y formas del hogar constituyen parte ineludible de la construcción de nuestras historias de vida. Pero, la música tatareada, rítmica y repetitiva, con frecuencia, ha quedado en nuestro imaginario colectivo como un reflejo que representa la infancia recuperada a través del recuerdo que evoca la melodía Así, la infancia perdida se convierte en objeto contemplativo y quién lo contempla lo hace desde la experiencia individual, así como desde la reflexión colectiva.
En una de sus Cartas luteranas, Passolini escribía que los objetos son aparentemente esas cosas que nos rodean en un mutismo irreal, pues en verdad hablan y nada podemos hacer para evitarlo. Los objetos acumulan su propia memoria a través de la que transmiten el paso del tiempo y la transformación de su forma, a través de las marcas que inalterables se proyectan sobre su materialidad. El papel juega en esta exposición un rol significativo. Por un lado, históricamente ha sido soporte de escritos sobre el que proyectamos nuestros pensamientos y los comunicamos: cartas, misivas, etc., pero también es el fiel aliado de nuestros secretos, sentimientos y recuerdos personales: diarios, memorias, etc. En Conversaciones sobre papel, a través de las formas proyectadas geométricamente, el papel ofrece su propia memoria. Una memoria plural que no sólo es mecánica, sino también física pues el papel se hace cada vez más de sí mismo, reciclado en un constante ciclo perenne, mostrando y conteniendo su propia memoria.
Experiencias íntimas y personales, los recuerdos del taller artesanal, se cierran con Colección 2. Una serie de 35 piezas en las que el acero construye la experiencia de lo cotidiano y son reflejo del espacio vital, pero, al mismo tiempo, construcción imaginaria de las páginas de nuestros diarios personales. De nuevo, los objetos a través de la forma adquieren presencia parlante. La materialidad y la forma comunican expresiones, sensaciones y, sobre todo, la cotidianeidad de las experiencias. En El fin de la modernidad, Gianni Vattimo planteaba la necesidad de la “deshistorización de la experiencia”, al aludir a la capacidad de la memoria para establecer lazos más comprensibles con la estética y los procesos creativos difícilmente separables de los procesos de la emotividad vital. Efectivamente, la memoria no es resultado de un pasado consignado a una única y definitiva narrativa histórica, sino que es más bien el resultado de una temporalidad abierta a múltiples reescrituras de nuestro pasado.
La mirada la obra artística de Margrau genera un proceso de reflexión sobre cómo narramos y qué cuestiones, más allá del propio objeto artístico, debemos indagar, para no dejarnos llevar por la exigencia del presente y su maneta rápida, secuencial y no reflexiva de observar las imágenes, lo que con frecuencia excluye la historia. No la historia con mayúsculas, sino esas pequeñas y múltiples historias que nos acompañan y que forman parte de quienes somos hoy. Nuestras propias historias de vida.
Ester Alba
Universitat de València