EXPOSICIÓN ACTUAL






Hay objetos que no buscan ser comprendidos. No llegan con la urgencia de un propósito ni se explican desde su utilidad. Más bien, flotan en un estado de pausa, como si lo funcional se hubiese retirado discretamente para dejar espacio a otra cosa. Algo más leve, más abierto, más incierto. Un espacio temporal en el que las categorías se diluyen y las formas se mantienen por sí solas, habitando el terreno en el cual diseño y arte no se funden, pero tampoco se repelen.
No hay intención de disfrazar lo que cada pieza fue o pudo haber sido. Las esculturas, los cuadros, el mobiliario, los objetos, conviven sin jerarquías, despojados de una utilidad cerrada y de un estatuto artístico rígido, ocupando la galería sin imponerse. Sin decorar ni competir. No responden a un nombre cerrado ni a una condición fija. Formas que se reconocen entre sí, a la vez que se disponen como en un paisaje compartido, donde la belleza no depende de lo que algo hace, sino de lo que es capaz de provocar.
El diálogo entre ambos cuerpos de trabajo no se da en los términos habituales de la colaboración, sino en el ritmo paciente de la convivencia. La carpintería precisa y sobria de uno se encuentra con la materia intuitiva y orgánica del otro. Una suma sin fusión, donde los gestos se amplifican por contraste. Las piezas se contaminan, se desplazan unas junto a otras, ensayando afinidades sutiles sin necesidad de justificarse. Como si al mezclarse pudieran volverse un poco más ellas.
Despojados de sus funciones, los objetos se vuelven enigmáticos. La silla no invita a sentarse, la superficie no sujeta, el color no representa. Y sin embargo, todo vibra. No hay una narrativa que organizar ni un sentido que decodificar, sino una invitación a percibir desde otro lugar. Una percepción más lenta, más porosa, que no busca respuestas, sino que se deja afectar.
Lo que pasa cuando no miras no es una ausencia, sino una transformación; una posibilidad, más que una advertencia. Como si, en el silencio de la mirada suspendida, los objetos abandonaran por un instante sus nombres, sus roles, sus funciones, y ocuparan otro lugar. Habitan el espacio sin reclamarlo, existiendo más allá de lo que pueden o deben hacer. Así, el mobiliario deja de ser soporte para convertirse en volumen, y las esculturas se permiten dejar de sostener un discurso para simplemente sostenerse.
Aquí, la belleza no es forma ideal ni acabado perfecto. Es lo que queda cuando ya no se espera nada del objeto. El gesto que persiste aun cuando la función se ha retirado y se ha dejado de exigir un sentido. Hay belleza en lo que no sirve, en lo que no quiere servir. En lo que insiste en permanecer, aún cuando nadie lo observa.
Agustina Bornhoffer
Con la colaboración de